La revista "Nefelismos" de Caracas (Venezuela), en su número de agosto de 2024, ha tenido a bien elegirme para publicar uno de mis relatos.
LA
MADRUGÁ
Me tocó la peor parte. En las infinitas y cambiantes
franjas del día, a mí me tocó la más fría. La más solitaria. La que está más
abandonada. Sin un principio ni un fin, como en un río que nunca llega al mar.
Represento en una condena eterna la más heladora de las madrugadas. La más
solitaria. La más abandonada. Su cíclica exposición ha creado en mí un
sentimiento antropófago. Ansío su compañía. No puedo existir por más tiempo si
no lo tengo en mí.
Me siento desgarrándome desde
infinito. Desde la noche de los tiempos. Desangrándome inexorablemente. A cada
luna nueva. Sólo anhelo amor. No aguanto más esta soledad que me visita. Que me
degüella. Que me desmiembra. La insoportable sensación de no valer me
despedaza. No puedo más. No lo soporto más. Ámame. Te lo estoy suplicando.
Ámame y me alimentaré de ti. Esta soledad me está matando y no me puedo morir.
*****
De madrugada, voy camino del trabajo. Me siento
cómodo. Contento. Empieza el día. Me siento tranquilo, aún a pesar de que casi
no hay gente por la calle. La luna suele acompañarme. Salvo los días de luna
nueva. Entonces siento cierta desconfianza. Como si me vigilaran. Es algo que
se repite cada mes. Una sensación. Como si la madrugada se sintiera sola. Como
si quisiera atraparme. Desesperada de miedo y soledad. No quiere que me vaya.
No quiere quedarse más tiempo sola.
Esa sensación de desasosiego es una piedra en el zapato. Una incomodidad. Un invitado molesto que se cuela en mi alegre amanecer. De camino voy pensando en pasos de baile. Pienso en cómo podría hacerlos sensuales. Quiero bailar sexy. Pienso en relatos. En nuevos proyectos. Hoy escribiré sobre esto o aquello. Así me expreso y me relajo. Pero esa sensación... Sólo en luna nueva. Cuando la oscuridad es más oscura que en todo el ciclo lunar. Siento la desesperación. No la mía. La de alguien. La de otra persona. Me asusto. Estoy alerta. Siento como unas inmensas fauces quieren devorarme. Siento una presión en todo mi cuerpo. Como si me estuvieran aplastando. Como si me estuvieran engullendo. Siento su soledad. Su desesperado anhelo de amor.
Sólo quiere amor. Me siento ir en ella. Me desintegro, ante los
ojos de quien ya se acuesta, en las fauces solitarias y anhelantes de esta fría
y antigua madrugá.