"Me llamo María del Carmen, treinta y tres años, un metro sesenta y seis, ligeramente sobre mi peso ideal, funcionaria de la Administración recién aprobada, vecina de Sevilla y natural de Torrecampo, Sierra Morena, Córdoba". Esa es mi carta de presentación en la aplicación informática de ligue más conocida. Mi amiga Lau del pueblo, mi única amiga, me ha recomendado dejar de ir a entierros y otros eventos sociales de gente desconocida a los que acudo con el único fin de socializarme de alguna manera. Me siento acompañada cuando espero detrás en la iglesia mientras se realiza una boda o comunión. Me siento arropada y en familia. Calidamente satisfecha en mi sempiterno estado de carencia. Lau me dice que estaría bien cambiar la estrategia social por otra un poco menos extraña. Ella es forofa de los libros de asesinos en serie y, no sé, quizás ve en mi una futura promesa. Quiere protegerme y yo me siento muy halagada con sus cuidados. Me propone usar Tinder, al parecer la aplicación informática de citas más conocida donde conocer gente y, quién sabe, quizás el amor. Aunque yo, honestamente, con el corazón en la mano, lo que quiero es sexo.
* * * * *
No he quedado con él expresamente. Me dijo que frecuenta mucho esta cafetería. "Pikis Labis", en pleno centro de la metrópoli. Y allí me he presentado para darle una sorpresa. Será maravilloso, él no se lo esperará, se quedará estupefacto, impertérrito, anonadado y boquiabierto. Me dirá "estaba esperando este momento" y nos fundiremos en un abrazo eterno sin darnos ni siquiera un beso de salutación como manda el Protocolo Social.
Es la hora del desayuno. La verdad
es que no hay ninguna recomendación horaria en el "Protocolo Social de
Encuentros de Tinder" que hemos confeccionado Lau y yo misma después de leer
varias docenas de libros pastelosos repletos de bizcocheo y amor
romántico. Hemos elaborado una guía de recomendaciones y respuestas que dar en
una cita con un chico. Las cosas que no debo decir, cómo comportarme, qué hacer
ante silencios incómodos... Me lo he aprendido de memoria y eso me da la
sensación de seguridad que necesito. No obstante, siento cierta ansiedad y me
he pedido una tostada entera de aceite, tomate, aguacate y jamón serrano. Y un
café en taza grande. Estoy tratando de hacer una concienzuda dieta. Aunque creo
que no he aprendido muy bien a canalizar la excitación. Y entonces me entra
hambre. Y como. Como mucho. A deshoras. Si meriendo a las seis, a las siete
tengo un hambre atroz. Intento esperarme a que den las nueve para cenar y así alimentarme
cada tres horas, como buena mamífera. Pero es imposible. La ansiedad me puede.
Y ahora la excitación.
Está establecido en el Protocolo
Social que hay que quedar en un lugar público, pero no dice en qué franja
horaria. He elegido la hora de desayunar porque así me quito los nervios a
primera hora. Y así doy salida a mi excitación. ¿Irá en aumento? ¿Se disolverá?
He comprado velas aromáticas y me he descargado la banda sonora de Star Wars
para el acto del coito, si es que se produce. En el Protocolo Social está
establecido que, una vez se acabe la bebida y/o alimento pedido en el lugar
público de la cita, él o yo daríamos a entender de forma expresa o tácita
nuestras intenciones: quedar otro día, ver cómo se desarrollan los
acontecimientos, irnos a mi casa a escuchar Star Wars... ¿Cómo será ese momento
crítico? Pienso en ello cuando me doy cuenta que ya me he comido la gran
tostada de aceite, tomate, aguacate y jamón serrano. Él no llega. Mi ansiedad
crece. Mi excitación se mantiene constante. "¿Puedo pedir otra media de lo
mismo?" No voy a estar aquí sin hacer nada.
Lo he reconocido nada más entrar. Es
muy parecido a la única y pequeña foto que aparece en Tinder. No me ve. Pero sí
a la camarera que regenta el negocio. Se acerca a pedir a la barra. Se miran.
Me duele ligeramente. Se besan. Me duele radicalmente. Ella le dice que ya
mismo acaba. Él sale fuera a esperarla.
Recuerdo el Protocolo Social, página
trece, "de las salidas dignas" y ello hago: me escondo tras
los restos de la tostada y media de aceite, tomate, aguacate y jamón serrano.
Ay Lau, cuánto te echo de menos. Y cuánto echo de menos una buena comunión.